"Condenadme,
no importa, la Historia me absolverá."
Discurso
pronunciado por el Comandante Fidel Castro Ruz, Primer Ministro del Gobierno Revolucionario,
ante el Consejo Económico de los 21, en el Palacio del Ministerio de Industria
y Comercio de Buenos Aires, el 2 de mayo de 1959.
(Versión
taquigráfica de las Oficinas del Primer Ministro)
Señor
Presidente;
Señores
delegados:
Quiero
antes que nada, pedirles excusa por haber roto una norma de nuestros
procedimientos al no hablar sentado, por no habituarse a mi estilo y sentirme
mejor de pie; además, por la invasión de reporteros y periodistas, me sería
imposible ver al resto de las delegaciones.
Les
doy las gracias por las palabras de bienvenida con que se nos recibió en esta
reunión y quiero, al mismo tiempo, expresarles el honor que constituye para mí
el encontrarme en el seno de esta sesión, de la que esperamos los cubanos los
mejores resultados.
Nuestra
presencia aquí demuestra el interés que tiene Cuba en esta reunión que es
interesante por dos razones: primero, la
convicción de la profunda importancia que tiene para los pueblos de América
Latina el desarrollo económico; segundo, la creencia de que ha llegado la hora
de que los pueblos de América Latina hagamos un esfuerzo serio para encontrar
una verdadera solución a la raíz de nuestros males, que son de carácter
económico. Es por eso que no vacilamos
en expresar desde el primer momento nuestra adhesión y nuestro apoyo a la feliz
iniciativa del ilustre presidente de Brasil, y en aprovechar esa iniciativa,
que era necesaria, para darle todo nuestro impulso.
Aunque
no estuvimos presente desde el primer momento, hemos invertido el tiempo que
llevamos en este país —que por cierto apenas han transcurrido unas veintitantas
horas— en leer detenidamente todos los pronunciamientos de los distintos
delegados.
No
he traído un discurso escrito, he preferido correr los riesgos de hablar con
toda espontaneidad y sinceridad —a veces la máquina de escribir traiciona el
pensamiento—, y, como tenemos confianza en las verdades que ya se hacen
evidentes en la conciencia de nuestro continente, es por lo que no debemos
vacilar en expresar con claridad lo que sentimos.
Soy
aquí un hombre nuevo en este tipo de reuniones; somos, además, en nuestra
patria, un gobierno nuevo y tal vez por eso sea también que traigamos más
frescas las ideas y la creencia del pueblo, puesto que sentimos todavía como
pueblo, hablamos aquí como pueblo, y como un pueblo que vive un momento
excepcional de su historia, como un pueblo que está lleno de fe en sus propios
destinos. Vengo a hablar aquí, con la fe
de ese pueblo y con la franqueza de ese pueblo.
Luego
de haber escuchado atentamente los discursos que aquí se han pronunciado y de
haber leído todos los que se pronunciaron anteriormente, hemos encontrado en
ellos, realmente, magníficas piezas oratorias, magníficos pronunciamientos,
evidentes verdades. No hay duda de que en
las conferencias internacionales el pensamiento de los hombres capacitados de
nuestro continente ha sabido, por lo general, enfocar las cuestiones que
afectan los intereses de América; no hay duda de que tenemos claridad mental
suficiente para analizar y comprender nuestro problema; no hay duda de que
hacemos enfoques claros, de que encontramos soluciones; el fallo está en que,
realmente, muchas veces no se convierten en realidades.
Así
las conferencias internacionales se convierten, por esta razón, en meros
torneos oratorias. La consecuencia de
ello —y debo decirlo aquí con entera franqueza— es que los pueblos apenas si se
enteran de las cosas que se discuten en las conferencias internacionales, los
pueblos apenas si se preocupan por las cuestiones que se discuten en las
conferencias internacionales; los pueblos apenas si creen en las soluciones a
que se llega en las conferencias internacionales. Sencillamente no tienen fe, y
no tienen fe porque no ven realidades, no tienen fe porque las realidades muchas
veces están en contradicción con los principios que se adoptan y se proclaman
en las conferencias internacionales, no tienen fe porque hace muchos años que
los pueblos nuestros están esperando soluciones verdaderas y no las encuentran.
Debemos,
pues, partir de esa realidad; debemos empezar por reconocer ese hecho de que
los pueblos de América Latina han perdido su fe en los organismos
internacionales que representan a sus respectivos países, porque muchas veces,
incluso, los intereses nacionales no están bien representados en esas
conferencias, y, por tanto, se hace necesario despertar la fe de los pueblos, y
la fe de los pueblos no se despierta con promesas, la fe de los pueblos no se
despierta con teorías, la fe de los pueblos no se despierta con retóricas; la
fe de los pueblos se despierta con hechos, la fe de los pueblos se despierta
con realidades, la fe de los pueblos se despierta con soluciones
verdaderas. Nosotros debemos tener muy
en cuenta que el más terrible vicio que se puede apoderar de la conciencia de
los hombres y de los pueblos es la falta de fe y la falta de confianza en sí
mismos.
Nosotros
debemos plantearnos aquí muy sinceramente las posibilidades que tenemos de
influir de una manera decisiva en la solución de nuestros problemas, precisamente,
mediante el esfuerzo unido de todos los pueblos de este hemisferio, mediante la
coincidencia de criterios, ya que coincidimos plenamente en necesidades y en
aspiraciones, en los planteamientos de los pueblos de América Latina. Porque no es posible olvidar que esos pueblos
existen, que son realidades de carne y hueso, que la solución de sus
necesidades es urgente, que los problemas económicos y políticos de América
Latina son graves, y sería imperdonable ceguera por parte de los dirigentes de
las naciones de América no encontrar las soluciones adecuadas en el momento
oportuno.
Todos
nosotros —no cabe la menor duda— coincidimos en los mismos puntos de vista
esenciales; todos tenemos una clara conciencia de las necesidades de nuestros
pueblos, porque no son difíciles de precisar, no son difíciles de ver; todos
estamos afectados por idénticos problemas, y si acaso hay variaciones es,
sencillamente, en el enfoque acerca de los modos de resolverlos; pero, en el
fondo, todos sabemos en qué consisten nuestros problemas, y si sabemos en qué
consisten nuestros problemas, es posible que no estemos lejos de conocer
también cómo se solucionan nuestros problemas.
A
nuestro entender, la falta de un enfoque unánime y claro obedece,
sencillamente, a la influencia de viejas ideas que están pesando sobre nosotros
en instantes en que debemos afrontar problemas nuevos, y así, con ideas viejas,
muchas veces tratamos de resolver problemas que son enteramente nuevos.
Al
expresar aquí un sentimiento respecto a las fórmulas que se discuten y se
barajan para resolver nuestros problemas, yo diría que lo primero, lo
fundamental, no es solo la fórmula que se busque, el remedio que se encuentre
para la solución de nuestros problemas económicos; lo fundamental es la actitud
de ánimo con que vamos a aplicar esa fórmula, lo fundamental es la cuantía de
la medicina que les vamos a aplicar a nuestros males.
Nosotros
podemos llegar a conclusiones correctas, adecuadas, sobre la solución de
nuestros problemas y emprender esas soluciones desalentados, escépticos, o bien
con la creencia errónea de que los males que conocemos en su cuantía, en su
magnitud y en su alcance los vamos a resolver y los vamos a remediar con dosis
de remedios que están muy lejos de resolver verdaderamente el problema.
Tenemos
como una especie de tendencia a aplicar anestesia más que remedios, paliativos
más que remedios, y nos volvemos a encontrar prontamente, de nuevo, con los
mismos males; por lo tanto, el ánimo con que nosotros emprendamos esta obra es
lo esencial.
Soy
de los hombres que creen firmemente que no hay obstáculo por difícil que sea,
que no hay dificultad que realmente no se venza cuando se enfrenta con
verdadera decisión de resolver, y para nosotros, para este continente, para
todas las naciones de este continente, para todos los pueblos de este
continente y para todos los gobiernos de este continente, los problemas que
implica el subdesarrollo de América Latina, son problemas de la mayor
trascendencia y de la mayor importancia, más grandes tal vez de lo que se ha
planteado aquí; más graves tal vez de lo que se ha dicho aquí, porque los
representantes de los diversos países de América Latina que han acudido a esta
reunión, no pueden ignorar los problemas de todos y cada uno de sus pueblos, no
pueden ignorar los problemas específicos y concretos que están padeciendo en el
interior de sus países. Y los gobiernos
democráticos representativos, que constituyen la mayoría de los aquí
representados, saben los peligros que el gobierno representativo, democrático,
constitucional de cada uno de sus pueblos está corriendo, sencillamente, como
consecuencia de los problemas del subdesarrollo.
Aquí
se ha dicho que una de las causas del subdesarrollo es la inestabilidad
política, y quizás la primera verdad que deba sacarse en claro, porque es
evidentísima, es que la inestabilidad política de los gobiernos y de los
pueblos de América Latina en estos tiempos no es la causa del subdesarrollo,
sino la consecuencia del subdesarrollo (El embajador de Brasil, Gustavo
Federico Schmidt, le dice que ese es exactamente el espíritu de la operación
panamericana).
Esa
verdad es una de las verdades fundamentales que deben decirse, porque no es
cuestión de ir a ahondar en las raíces de nuestra historia, que fue una
historia compleja que tuvo un curso distinto del que tuvieron las colonias del
norte, para ir a buscar la realidad actual en el mundo contemporáneo de una
veintena de países subdesarrollados, en los cuales por ningún concepto podemos
ir a buscar las causas de su subdesarrollo en la inestabilidad.
Somos
nosotros, todos los que tenemos algo que ver con las tareas de gobierno —unos
con más experiencia que los que recién hemos arribado a esas responsabilidades,
pero adonde hemos llegado, si no con un cúmulo de experiencias, sí con un cúmulo
extraordinario de honradez, con un cúmulo extraordinario de ideales y con un
cúmulo extraordinario de deseo y de voluntad de hacer todo lo que convenga a
nuestros pueblos—, todos los que de algún modo o de otro, por estar
responsabilizados con las tareas del gobierno de un país, vivimos y
contemplamos nuestros problemas internos, quienes comprendemos claramente esa
verdad.
Pero
hay algo más: todos conocemos los
esfuerzos ingentes de los pueblos de América Latina en los últimos 10 años por
librarse de las dictaduras militares (Aplausos), todos estamos conscientes de
los sacrificios que han hecho nuestros pueblos, todos estamos conscientes de
las esperanzas que esos sacrificios han despertado en nuestros pueblos y que el
triunfo de regímenes democráticos ha despertado en la conciencia de América,
todos nos hemos hecho las nobles ilusiones de que las tiranías van
desapareciendo de la faz de nuestro continente, y, sin embargo, la realidad es
que se trata de una mera ilusión y nadie sería capaz de afirmar aquí,
honradamente, cuánto tiempo de existencia le calcula a varios gobiernos
constitucionales de América Latina, cuánto tiempo de existencia se le calcula a
esta era de despertar democrático que costó tantos sacrificios, y cuánto pueden
durar los gobiernos constitucionales arrinconados entre la miseria que provoca
todo género de conflictos sociales y la ambición de los que esperan el momento
oportuno de apoderarse de nuevo del poder por la fuerza.
¿Cómo
es posible que la democracia se pueda mantener en esas condiciones? Hemos declarado el ideal democrático como el
ideal de los pueblos de este hemisferio.
Hemos declarado el ideal democrático como el ideal que se ajusta a la
idiosincrasia y a las aspiraciones de los pueblos de este continente; sin
embargo, las condiciones económicas y sociales de la América Latina hacen
imposible la realización del ideal democrático de nuestros pueblos, porque sean
quienes sean los que ocupan el poder, sea una dictadura de izquierda o sea una
dictadura de derecha, lo cierto es que son dictaduras y niegan por completo los
principios a que aspiran los pueblos de América Latina (Aplausos).
Si
nosotros estamos sinceramente preocupados de que nuestros países vayan a caer
en manos de dictaduras de izquierda, justo y honrado es que mostremos igual
preocupación porque los pueblos no caigan en manos de dictaduras de derecha
(Aplausos), porque, en definitiva, ese es el verdadero ideal democrático, lo
que América Latina quiere, a lo que América Latina aspira, porque a los pueblos
les mostramos una cara del mal y les ocultamos otra cara igualmente fea del
mal. A los pueblos muchas veces les
hablan de democracia los mismos que la están negando en su propio suelo; a los pueblos les hablan de democracia los
mismos que la escarnecen, los mismos que se la niegan y los pueblos no ven más
que contradicciones por todas partes. Y
por eso nuestros pueblos han perdido, desgraciadamente, la fe. Han perdido la fe, que se hace tan necesaria
en instantes como este para salvar al continente para el ideal democrático, mas
no para una democracia teórica, no para una democracia de hambre y miseria, no
para una democracia bajo el terror y bajo la opresión, sino para una democracia
verdadera, con absoluto respeto a la dignidad del hombre, donde prevalezcan todas
las libertades humanas bajo un régimen de justicia social, porque los pueblos
de América no quieren ni libertad sin pan ni pan sin libertad (Aplausos).
Aunque
esta es una reunión de carácter económico no soy yo, en primer lugar, quien ha
hecho una incursión en el campo de los problemas de principio que nos interesan
a todos; pero, además, no veo cómo pueda
separarse el ideal económico del ideal político; no veo cómo pueda separarse el
problema político del problema económico.
La
razón por la que decíamos que el subdesarrollo conspira contra los gobiernos
constitucionales, que se ven estrangulados por la miseria y los hacen caer en
manos de minorías armadas, se debe, precisamente, a que hemos conocido dos
tipos de gobiernos: gobiernos de fuerza
que suprimen todas las libertades —libertad de prensa, libertad de reunión,
libertad de asociación, libertad de elecciones— y mantienen el orden a sangre y
fuego, mantienen la llamada paz de que tanto alarde hacen a sangre y fuego,
acumulan resentimientos, acumulan miseria, acumulan angustias; acumulan,
restringen, aprisionan todas las ansias de los pueblos que, cuando ven rotas
esas barreras, surgen a la vida constitucional repletos de ansias, de
aspiraciones, de necesidades que tratan de resolver perentoriamente, que tratan
de resolver lo más pronto posible; hacen uso de todos los derechos que les
franquea el nuevo régimen, y entonces, como precisamente el tremendo problema
es que no hay bienes suficientes para satisfacer sus necesidades, como los
bienes que existen no alcanzan, se produce todo género de conflictos que no
tardan en ser calificados como anarquía por los enemigos de la democracia, que
no tardan en ser calificados como desorden por los que aspiran a la oportunidad
de tomar de nuevo el poder por la fuerza...
Los
gobiernos democráticos con teoría, con argumentos, con razones, no pueden
resolver esos problemas que se agudizan. Surge entonces la teoría de que para
que haya inversión es necesario que haya orden completo, que no haya huelgas,
que haya paz absoluta en el país (Aplausos), que si quieren desarrollar
económicamente a esa nación son necesarios una serie de requisitos previos;
pero lo que no dicen, lo que no se afirma, es cuál es la invención que el
hombre ha hecho para lograr tales condiciones por medios democráticos y sin
aherrojar más al pueblo, sin quitarle al pueblo más aún.
¿Qué
gobierno democrático que aplicara esas medidas que demanda como requisito el
capital de inversión, puede mantenerse en el poder si sacrifica la base popular
mientras, por otro lado, los grupos armados minoritarios esperan el momento de
su debilidad para quitarle el poder de las manos? ¿Cómo pueden los gobiernos constitucionales
resolver ese tremendo dilema? ¿O es que
vamos a aceptar, en definitiva, que no hay más solución —que por cierto no es
solución, sino que agrava los males del sistema ideal del gobierno— que el
imperio de la fuerza, el gobierno por la fuerza dentro de nuestros respectivos
países, con lo cual estaríamos renunciando por completo al ideal democrático?
¿Qué
sería de América si los gobiernos constitucionales que hoy existen caen en
manos de minorías armadas? ¿Qué destino
le espera si nosotros no hallamos solución a estos problemas? ¿Qué destino le espera a América, si esas
minorías que no entienden de otra solución que el terror, el crimen, el
destierro, la cárcel y la destrucción de todos los derechos humanos, toman el
poder en estos instantes en que, precisamente, nuestros males se agravan, en
que precisamente nuestra tasa de crecimiento y de desarrollo disminuye? ¿Qué alternativa les quedaría a los pueblos
de América? ¿Cuáles no serían las
consecuencias? ¿Quién podría detener en
esas circunstancias los tremendos conflictos que posiblemente derivasen hacia
una espantosa contienda civil, a una tremenda pugna entre las concepciones que
hoy se debaten en el mundo? ¿Quién puede
afirmar que por ese camino la América no corra el riesgo de perderse para el
ideal democrático, que es el ideal de este continente?
No
se trata aquí —y en ese sentido encontré correcta la afirmación del delegado de
Estados Unidos— de una cuestión de miedo y no se trata de que nosotros vengamos
a agitar temores. No. Cuando se hablan realidades no puede haber
segunda intención; cuando se señala un mal, no puede haber una intención
oculta. Si a ellos les preocupa eso, si
a Estados Unidos le preocupa que América corriera esa suerte, a Latinoamérica
nos interesa más que a Estados Unidos que no corramos esa suerte; porque
América no quiere convertirse en campo de batalla, América no quiere
convertirse por descuido, por error, por falta de visión clara y oportuna, en
el escenario de lucha en que se han convertido otros lugares del mundo; por lo
tanto, al hablar así, estamos pensando en el interés latinoamericano, porque
nosotros corremos peligro que Estados Unidos no corre, nosotros tenemos
problemas que Estados Unidos no tiene.
Allá la estabilidad económica, la formidable base económica, ha
garantizado —desde luego, incluyendo otros factores de idiosincrasia— la
estabilidad política de aquel pueblo del norte, y por eso se hace difícil que a
veces comprendan estos problemas de América Latina.
A
veces, a los ojos de los que no han tenido estos problemas, parecemos una raza
incapaz de gobernarse a sí misma; parecemos una raza incapaz de resolver sus
propios problemas y es fácil que se atribuyan a falsas razones, que se
atribuyan a falsas causas las consecuencias de causas distintas, que se confundan
las razones, y por eso es necesario plantear aquí estas verdades: que el mal no está en nosotros, que el mal
está, fundamentalmente, en nuestras condiciones económicas y sociales, que no
hemos tenido la fortuna de podernos desarrollar como se han desarrollado los
países del norte, y que las causas no están en el hombre latinoamericano, que
las causas no están en la capacidad de gobernarse del hombre latinoamericano,
que las causas no están en la inteligencia del hombre latinoamericano; que las causas
están en la base económica, en los tremendos problemas económicos que desde los
orígenes hemos afrontado estos pueblos de Centroamérica y de Suramérica.
Es
conveniente que estas verdades se digan y se digan con franqueza, porque al
decirlas estamos muy conscientes de que no le hacemos daño a nadie y de que el
daño verdadero se hace cuando se ocultan.
Estas verdades debemos decirlas, sobre todo debemos decirlas los
latinoamericanos y debemos decírselas a los delegados de Estados Unidos y
debemos decírselas a la opinión pública de Estados Unidos; porque ellos han de
atender a la opinión pública de su país y poco pueden hacer si la opinión
pública de su país no comprende estos problemas.
Es
por eso que nosotros debemos hacer lo que recientemente hicimos en nombre de
Cuba: ir allí, a la opinión pública de
Estados Unidos, a plantear nuestros problemas.
Y podemos añadir que recibimos la grata sorpresa de que las verdades que
muchas veces nosotros tememos decir aquí en el seno de estas reuniones, las
decimos a la opinión pública de Estados Unidos y la opinión pública de Estados
Unidos las comprende y las aplaude (Aplausos).
Todos
estamos de acuerdo en que es imprescindiblemente necesario desarrollar
económicamente a los pueblos de América Latina.
Todos estamos conscientes de nuestro atraso económico. Todos sabemos, por ejemplo, que el consumo de
un hombre latinoamericano equivale a una sexta parte del consumo del hombre
norteamericano; que nosotros consumíamos seis veces menos, que nuestras
familias, nuestros jóvenes, nuestros trabajadores, nuestros profesionales,
nuestros intelectuales, consumen seis veces menos que lo que consumen los
obreros, los intelectuales y las familias norteamericanas. Todos estamos conscientes de que la única
manera de elevar nuestro nivel de ingresos a esa meta y a metas aún superiores,
es desarrollando económicamente a nuestras naciones.
Hemos
invocado la palabra cooperación, porque estamos conscientes de que cada uno de
nosotros poco o nada puede hacer por sí mismo en favor del desarrollo
económico. Todos estamos conscientes de
nuestra impotencia, todos sabemos que en lo que enfrentamos cada uno de
nosotros no podemos hacer nada, e invocamos la palabra cooperación; pero yo me
pregunto si es que los pueblos de América Latina vamos a dividir nuestras
balanzas de pago desfavorables, nuestras miserias y nuestras crisis económicas
(Risas). Cuando hablamos de cooperación,
estamos pensando en los países que pueden brindarnos esa cooperación, y la cooperación
en el sentido de que nosotros, los pueblos de América Latina, tenemos que poner
todo nuestro esfuerzo; de que, por ejemplo, nosotros, los pueblos de América
Latina, tenemos que establecer una norma de absoluta honradez en el gobierno;
de que nosotros, los pueblos de América Latina, tenemos que establecer normas
morales si queremos que el desarrollo económico corra parejo, porque pudiera
darse el caso de que, en igualdad de condiciones en cuanto a la cooperación de
capital, Cuba avance extraordinariamente y otros pueblos se queden retrasados,
porque los sistemas políticos imperantes allí hagan que el dinero que se
invierte en industrias pase a las manos privadas de un dictador, que el capital
que se invierte allí no beneficie a nadie, sino que haga más poderosos, por
hacerlos más ricos, a los dictadores y ciertos pueblos de nuestro continente se
pierdan de los beneficios que con la cooperación debemos pedir, porque no hay
sistema de gobierno más corrompido que la dictadura.
Es
verdad que hay gobiernos constitucionales corrompidos también; pero al paso que
los gobiernos constitucionales tienen que cuidarse porque deben asistir a unas
elecciones y pueden perderlas si hay democracia verdadera y votan las personas,
entonces se abstienen, hay un freno en la denuncia pública, hay un freno en la
libertad de expresión, hay un freno en las elecciones que se suceden cada dos
años; pero cuando se trata de una dictadura, roban no millones, roban 10 años,
15 años, 20 años y hasta más años (Risas y aplausos), nadie los acusa, nadie
los denuncia, porque no puede, nadie los refrena y nadie los sustituye. Luego,
parejamente con el esfuerzo de orden económico, los pueblos debemos hacer un
esfuerzo de orden moral, y, sobre todo, cuando se establezcan esas normas,
cuando las posibilidades de movilización de recursos se les hagan difíciles a
determinados gobernantes, cuando no representan el interés de sus pueblos, no
representan la voluntad de sus pueblos.
Por
esa vía hay maneras de ir mejorando el status político de los pueblos de
nuestro continente, en la misma medida en que vamos mejorando nuestro status
económico, y no correr el riesgo de ir a fortalecer dictaduras con la
cooperación, porque es uno de los riesgos que podemos correr si no estamos de
acuerdo en que el sistema de gobierno ideal no es la dictadura para el
desarrollo económico y que, además, la corrupción es un vicio que nos
desacredita, la corrupción es un vicio que conspira contra el desarrollo
económico, y ya los gobiernos que somos democráticos no debemos conformarnos
solo con ser democráticos, sino, además, con ser honrados.
Esa
es una parte considerable de nuestra cooperación: los sacrificios que debemos hacer, la clara
conciencia de que no debemos representar intereses de minorías; pero en estas
convenciones, en estas reuniones, en estos planes, debemos estar representando
intereses de mayorías; por lo tanto, los sacrificios que sea necesario
imponernos dentro de nuestro propio pueblo, imponérnoslos, no sea que pidamos
sacrificio solamente a una parte, les pidamos sacrificio a los obreros y no les
pidamos sacrificio a los demás sectores del país, porque en una empresa de esta
índole los sacrificios tienen que ir parejos en todos los factores de la
nación, y eso es algo que las clases económicas lo pueden comprender
perfectamente, como lo han comprendido en Cuba, donde el gobierno va realizando
sus medidas con el apoyo mayoritario de las clases económicas del país, movidas
por un gran interés nacional. Todo
depende de que nosotros saquemos a los pueblos de esa atmósfera, de ese letargo
donde han estado sumidos y los elevemos a una gran aspiración nacional que, en
este caso, coincide con una gran aspiración latinoamericana y una gran
aspiración continental.
Se
habla aquí de industrialización.
Efectivamente, nosotros en Cuba afrontamos ese problema y sabemos que
los 700 000 desempleados de allí no hay más que una manera de ocuparlos, porque
no les vamos a dar billetes que no valen nada, no los vamos a alimentar del
aire, no los vamos a poner a hacer trabajos improductivos, a quitar una piedra
de un lado y ponerla en otro; la solución única que tiene el problema es,
sencillamente, establecer industrias, y cuando vamos a establecer industrias
nos encontramos con los problemas:
primero, las industrias hay que pagarlas no en pesos, sino en oro o en dólar,
y si no hay oro ni hay dólar, entonces, ¿cómo vamos a comprar las
industrias? Segundo, las industrias, al
establecerlas con nuestros recursos, tenemos que vender nuestros productos, y
si nos encontramos con que nuestros productos no podemos venderlos en la
cuantía necesaria, que apenas alcanza para pagar lo que importamos, que muchas
veces no alcanza para pagar lo que importamos, entonces nos encontramos con que
no tenemos recursos propios para establecer nuestras industrias. Pero aun en un supuesto de que tengamos
recursos propios, que podamos movilizar algunos recursos, nos encontramos que
hay industrias para las cuales el mercado interno no es suficiente —por
ejemplo, estampados, automóviles, penicilina— para justificar una inversión
grande en un mercado limitado.
No
cito más que algunos ejemplos de los muchos que se pueden citar, y nos
encontramos con que ustedes, nosotros, todos los países de América Latina,
muchas industrias no las pueden establecer porque el mercado no es suficiente. De ahí que hayamos arribado a la conclusión
de que sea necesario ampliar nuestro mercado.
¿Cómo? Pues convirtiendo en un
mercado común toda la América Latina, como aspiración, naturalmente, que no se
puede lograr de la noche a la mañana, con reajustes que no se pueden hacer de
la noche a la mañana; pero sí como aspiración futura, porque es una innegable
verdad que con nuestros mercados reducidos, al menos los países pequeños, no
podremos desarrollar industrias que puedan encontrar mercado amplio que
justifique la inversión que se haga en ellas.
Hay
también otra circunstancia: las
industrias que se establezcan para el mercado interno necesitan mercado
interno, porque no hay industria que prospere si no tiene quién le compre. Otro caso trágico de América es que la inmensa
mayoría de su población es rural y la población rural no tiene ingresos. Por eso nosotros la solución del problema de
Cuba la hemos basado en dos principios:
reforma agraria y desarrollo industrial, porque si los campesinos de
nuestra patria no perciben ingresos, ¿la industria a quién le va a vender? Luego, nosotros hemos llegado a la conclusión
en nuestro país de que la reforma agraria es esencial a nuestro desarrollo
industrial y, además, porque el extraordinario número de desempleados solo podemos
ocuparlo si ponemos una parte a producir para los que trabajan en las fábricas
y poner a los de las fábricas a producir para los que trabajan en el
campo. Eso es, sencillamente, lo que
técnicamente se conoce como el aumento de la productividad y de la producción
en la agricultura; pero que hay que llamarlo de una manera mejor orientada, hay
que llamarlo reforma agraria, porque si los problemas de América Latina son
como los problemas de Cuba, no hay otra forma de resolver el problema que con
la reforma agraria.
En
el orden fiscal, es necesario que los impuestos vayan a gravar no precisamente
a los que menos tienen, y que se establezcan sistemas fiscales justos; por lo
tanto, pueblo que quiera honradamente resolver sus problemas, es pueblo que
tiene que estar dispuesto en todos sus sectores a hacer los reajustes y los
sacrificios que sean necesarios.
Comprendemos
los tremendos problemas, comprendemos los tremendos gastos que, por ejemplo,
hacen las fuerzas armadas en determinados países, que absorben una parte enorme
de los presupuestos. Son problemas —yo
sé— difíciles de resolver, pero lo que quiero es llegar a la conclusión de que
la cooperación de los pueblos de América Latina es en el esfuerzo que debemos
hacer por producir las condiciones que están en nuestras manos producir; porque
no están dependiendo de la miseria, están dependiendo, en gran parte, de
nosotros, porque para ser honrados no hay más que disponerse a no robar, y eso,
en definitiva, no depende de que haya miseria, depende de que haya decencia, de
que haya honradez, de que haya lealtad en el gobernante; por lo tanto, nuestra
cooperación es fundamentalmente una cooperación humana, un esfuerzo grande para
resolver y producir las condiciones para el desarrollo económico.
En
cuanto a capital, ¿no habíamos quedado en que si no podemos vender nuestros
productos en cantidades suficientes, jamás contaremos con recursos propios,
jamás podremos ahorrar? Porque, ¿cómo
vamos a ahorrar, sometiendo a los pueblos a más hambre todavía? Sencillamente, entonces, ¿cómo podemos
obtener un capital? Y aquí vamos a
expresar el punto de vista de la delegación cubana.
Hay
tres maneras: ahorrando, obteniendo
financiamiento público o inversiones privadas.
Tengo entendido que la economía no ha descubierto ningún otro
procedimiento hasta este momento.
El
primero pudiera ser una solución, que nosotros pudiésemos vender libremente
todos nuestros productos; que el país más industrializado, que es Estados
Unidos —y, después de Estados Unidos, Canadá, pero nuestras relaciones
comerciales son fundamentalmente con Estados Unidos—, suprimiera todas las
restricciones que afectan a nuestros productos básicos, a nuestros productos
primarios y, al suprimir estas restricciones, al suprimir los subsidios a
aquellos artículos que compiten con nosotros, poder vender todos nuestros
productos y obtener en la cuantía necesaria la divisa y el oro para poder
movilizar esos recursos.
Nosotros,
por ejemplo, podemos decir que si Cuba vendiera 8 millones de toneladas de azúcar
podría perfectamente movilizar todo el capital necesario para su desarrollo
industrial. Esa sería una fórmula. Ahora
bien, eso implicaría un cambio en la estructura económica de Estados Unidos. No voy a ser un utopista. Por nuestra propia experiencia, sabemos las
dificultades que siempre se encuentran cuando se trata de eliminar algunas de
esas restricciones, como consecuencia de determinados intereses nacionales,
como consecuencia de ciertos intereses ya establecidos, y estamos conscientes
de que esa liberación, en cuantía suficiente para que de verdad representase un
aumento considerable en nuestra exportación de productos primarios, sería una
de las fórmulas más difíciles de adoptar por parte de Estados Unidos. Luego ese camino luce por el momento un camino
difícil, salvo que en el futuro Estados Unidos adoptara la política que adoptó
Inglaterra en otros tiempos, de dedicar fundamentalmente su esfuerzo nacional,
a la producción de artículos industriales —cosa que podría ser posible, ya que
uno de los países donde la productividad en la agricultura es más alta es en
Estados Unidos y donde solo una parte pequeña de la población se dedica a la
agricultura—; pero debemos de estar conscientes de las dificultades actuales,
al menos como la contemplamos nosotros.
La
otra fórmula, el capital privado de inversión, es la fórmula que se ha estado
planteando durante los últimos años como solución, pero es la fórmula que no es
solución. En algunas ocasiones se ha
insinuado, en otras se ha dicho más o menos secundariamente; pero, analizando
las posibilidades de que la inversión privada sea la que resuelva nuestros
problemas, tenemos que plantearnos las siguientes cuestiones: primero, la inversión privada exige
determinados requisitos previos: el
clima. La palabra clima lo
encierra todo aquí, pero, ¿qué se entiende por clima? ¿Puede haber clima en
medio de 700 000 desocupados? ¿Puede
haber clima en medio de los ingresos tan bajos que percibe la población? Y ya se sabe que cuando un pueblo alcanza un
nivel, por pequeño que sea, es muy difícil reducirlo, que reducirlo les cuesta
la impopularidad a los gobiernos constitucionales, y que perder la popularidad
les cuesta el poder a los gobiernos constitucionales.
El
clima, ¿cómo se puede lograr en medio de los conflictos que se originan en el
hambre, en la miseria, en las necesidades, los cuales no se podrían suprimir si
no por la fuerza?; y desde el momento en que se suprimen por la fuerza y a
sangre y fuego, estamos dejando de ser demócratas, ¿cómo entonces ese clima
previo que se pide? Pero, además,
¿resolvería el problema genérico de toda la América Latina? Porque no estamos
hablando aquí de soluciones para un país o para otro, estamos hablando para
todos. El capital iría hacia aquellos
países donde esas condiciones se encuentren, que serían los que estén en mejor
situación económica y, por tanto, sus conflictos sociales fuesen menos, y no
iría precisamente a los países que están económicamente más atrasados y que es
donde se producen más intensamente los conflictos sociales. Luego, grandes zonas quedarían abandonadas a
su suerte y la inversión privada no las resolvería.
Hay
también otros tipos de inversiones a las que la inversión privada no
acude: a una planta hidroeléctrica de
100 millones, 200 millones, 300 millones, no acude; acude, por ejemplo, a donde
hay pozos petroleros, inversión segura; acude a otro tipo de inversiones
seguras, pero a determinado tipo de inversiones que no producen un rendimiento
grande, prefieren el otro tipo de inversión.
Esas inversiones luego tienen que ser financiadas, porque nunca
quedarían resueltas con la inversión privada. Además, ¿podemos nosotros, en las
actuales circunstancias, buscar un clima mejor para esas inversiones? ¿Los precarios gobiernos de América Latina pueden buscarlo —y al decir
esa palabra no trato absolutamente de decir si no lo que, a nuestro entender,
constituye una realidad de nuestros gobiernos, como consecuencia de una
situación económica determinada—, pueden brindar un clima mejor? ¿Y si ese clima no se puede brindar mejor que
ayer o que hasta el presente, cómo vamos a pensar que la inversión privada vaya
a resolver el problema en el futuro?
¿Cómo vamos a pensar que lo que no ha resuelto en 10 años, en 20 años,
en 30 años, lo va a resolver ahora, cuando precisamente nuestra tasa de
desarrollo va hacia abajo y el estado de inquietud es mayor?
Además,
imaginemos que la inversión privada fuese a resolver todos los problemas. Sabemos los conflictos que se producen
constantemente o se pueden producir en un momento determinado entre la empresa
y los obreros. Cuando ese conflicto es
nacional, pues son conflictos nacionales; cuando los conflictos se producen,
por ejemplo, entre una empresa norteamericana y obreros de un país determinado,
el conflicto adquiere características no nacionales y entran a formar nuevos
ingredientes en el resentimiento y en la falta de comprensión. Eso es una cosa que, si queremos resolver
nuestros problemas de manera que la armonía mayor, la comprensión mayor y que
la amistad mayor existan entre todos los pueblos del continente, debemos
basarnos en la experiencia existente hasta hoy y comprender que debemos buscar
soluciones que no sean soluciones por 10 ó 15 años y que sean problemas dentro
de 20 años; debemos buscar soluciones definitivas.
No
se trata de que nosotros estemos contra la inversión privada; pero sí
entendemos que debemos fomentar la inversión privada de empresarios nacionales,
debemos buscar la ayuda de los empresarios nacionales, facilitarla a través de
las instituciones de crédito del Estado, con capital movilizado a través de las
instituciones de crédito internacional.
Sí creemos en la conveniencia de la experiencia, del estímulo de las
inversiones privadas, pero debemos aspirar a que sean inversiones privadas de empresas
nacionales. ¿Quiere decir que excluyamos
las internacionales? No, porque cuando
haya un tipo de empresa donde haya interés de una inversión internacional,
tendrá las mismas garantías y los mismos derechos que la empresa nacional;
pero, sencillamente, no estamos buscando las soluciones hasta hoy encontradas,
sino soluciones nuevas, soluciones que de verdad resuelvan nuestros
problemas. Luego, hay que sacar la
conclusión honesta de que los climas de que se habla son climas teóricos, que
no estamos en condiciones reales de brindarlos, que la inversión va hacia donde
encuentra mejores condiciones y que los países más atrasados, que son los que
más necesitan la inversión, no pueden propiciar ese clima.
De
las tres maneras de buscar capital, queda la tercera: el financiamiento público. ¿Por qué no llegar a la conclusión real de
que, en las actuales condiciones, la forma en que mejor se facilita la
cooperación es en el financiamiento público?
He
leído con detenimiento el discurso de la delegación de Estados Unidos. Plantea todo el esfuerzo de cooperación que
ha hecho en distintos organismos de crédito internacionales; plantea el aporte
que ha hecho recientemente en el Banco Interamericano de Desarrollo; plantea la
ayuda que en determinados casos ha prestado a determinados países. Es cierto,
el aporte a través de ese organismo es un aporte, pero no ha sido
suficiente. No digo que no haya sido
suficiente la buena voluntad, los deseos de ayudar, la espontaneidad con que se
haya hecho; pero los recursos con que han contado los organismos
internacionales han sido insuficientes, porque si no, ¿por qué no está
desarrollada económicamente América Latina, si nuestros pueblos tenían acceso a
esas instituciones de crédito?
De
los 1 000 millones de capital básico, la mitad es nuestra, con nuestras monedas
débiles y nuestros problemas inflacionarios, porque para que esa moneda que
nosotros aportamos ahí valga, tiene que tener una garantía en dólares o en oro,
¿y de dónde vamos a sacar los dólares o el oro que va a garantizar esa
moneda? Sencillamente, los recursos
aportados, los recursos que la cooperación ha brindado, no son suficientes.
Es
verdad lo planteado por la delegación de Estados Unidos que los aportes hechos
por Estados Unidos han implicado sacrificios para el contribuyente, han
implicado sacrificios para el pueblo de Estados Unidos. Puede, afortunadamente,
Estados Unidos, por su poderosa economía, hacer los sacrificios que los pueblos
subdesarrollados no podemos hacer; puede la economía de Estados Unidos hacer
esos sacrificios y lo ha hecho en otras ocasiones, ¡lo ha hecho grande en otras
ocasiones!, mas no lo ha hecho en favor de los pueblos de la América Latina, no
se han dirigido hacia aquí, hacia la familia de este hemisferio. Se han dirigido esos sacrificios hacia
Europa, para su reconstrucción después de la guerra, se han dirigido hacia los
lejanos países del Medio Oriente; sin embargo, no se han dirigido esos
sacrificios hacia los pueblos que están más estrechamente vinculados en la
tradición, en la política y en la economía con Estados Unidos.
¿Por
qué América Latina no puede aspirar a que Estados Unidos le brinde el respaldo
y las facilidades que se les han brindado a otros lugares del mundo, si
nosotros no planteamos que se nos donen capitales, si nosotros planteamos que
se nos financien capitales, si nosotros planteamos la obtención de los
capitales necesarios para nuestro desarrollo económico, con el propósito de
devolverlos con sus intereses?, sacrificio que hoy hacen los contribuyentes
norteamericanos en ventaja de las futuras generaciones norteamericanas. Las generaciones presentes afrontan los
problemas presentes haciendo sacrificios en bien de las generaciones futuras,
porque tampoco nosotros percibiremos esos beneficios. Esos beneficios los percibirán
fundamentalmente las generaciones futuras de nuestros pueblos, que tendrán un
modo de vivir distinto, llevarán una vida más feliz y más holgada, porque creo
firmemente que si resolvemos nuestros problemas económicos estaremos
estableciendo las verdaderas bases para una democracia humanista, sobre la
consigna de libertad con pan para los pueblos, doctrina a la que ninguna otra
podría superar en la devoción de los hombres y en la aspiración de los hombres.
Lo
que nosotros estamos planteando no es algo que afecte los intereses económicos
de Estados Unidos. El comercio entre los
países ricos y Europa lo ha demostrado, es mayor que el que existe entre los
países ricos y pobres. El comercio
existente entre Canadá y Estados Unidos es un comercio superior al que existía
con un Canadá no desarrollado económicamente.
El
comercio entre nuestros pueblos y Estados Unidos aumentará en la misma medida
en que nuestros pueblos se desarrollen.
Nosotros podremos elevar extraordinariamente nuestros niveles si
explotamos nuestros recursos naturales, si creamos un mercado interno en cada
nación y un mercado común entre todas nuestras naciones. Tendremos entonces todas las condiciones para
un desarrollo que, en su día, puede llegar a ser el que actualmente tiene
Estados Unidos —que para esa etapa tendrá uno superior—; pero si los 200
millones de habitantes de América Latina consumiesen lo que hoy consumen los
169 millones de habitantes de Estados Unidos, nosotros tendríamos la verdadera
base para una América Latina plenamente desarrollada, sin desempleo.
Hoy
Estados Unidos no solo les da empleo a sus propios ciudadanos, sino que cientos
de miles de ciudadanos de América Latina van a Estados Unidos a trabajar. Recientemente tuve oportunidad de reunirme
con decenas de miles de latinoamericanos que están allá trabajando, donde han
encontrado trabajo, donde han encontrado autorización para trabajar, donde
ganan buenos sueldos, y, sin embargo, desean poder vivir en sus respectivas
tierras, desean trabajar en sus propias naciones, y he visto casos de personas
que ganan 500 pesos, que nos piden volver a trabajar en su país por 150, por
200 pesos.
Tiene
nuestra población que emigrar hacia el norte industrialmente desarrollado. Habría trabajo en nuestro continente para
toda esa población que emigra, y que emigra en la medida en que se lo permiten,
porque si se lo permitiesen emigraría en número de millones hacia Estados Unidos para encontrar allí el
sustento que no encuentra en sus propias naciones, ¿podría haber mejores
perspectivas para el ideal democrático, que es el sueño de la América Latina,
que un verdadero desarrollo económico?
Después
de analizadas estas consideraciones, ¿hacia dónde debe dirigirse el esfuerzo de
América Latina? Hacia la obtención de
capitales mediante financiamiento público del país que, por ser el más
desarrollado, puede brindarnos ese financiamiento.
La
delegación cubana, los técnicos de la delegación cubana, han calculado que el
desarrollo económico de América Latina necesita un financiamiento de 30 000
millones de dólares en un plazo de 10 años, si se quiere de verdad producir un
desarrollo pleno de América Latina.
Nadie
debe de asustarse por esta cifra. Estas
cifras están en la conciencia, en el ánimo de todos ustedes, porque existen los
datos estadísticos de nuestra población, de nuestras necesidades, de nuestro
crecimiento, del número de millones que se necesita para emplear un número
determinado de obreros. A las cifras no
hay que temerles, son cálculos basados en datos reales, porque es que nosotros
le damos vueltas al problema, planteamos todas las ecuaciones y no planteamos
la esencial, la que se necesita. ¿Y cómo
podemos obtenerla? Podemos obtenerla
solo de Estados Unidos y solo mediante financiamiento público, y entendemos,
además, que es el procedimiento más fácil por parte de Estados Unidos, porque
cualquier otro, como el problema de la eliminación de las restricciones,
consideramos que políticamente sería más difícil de obtener, y porque la
experiencia en los últimos años demuestra que ese procedimiento es el que ha
podido emplear Estados Unidos en Europa y en el Cercano Oriente. ¿Por qué entonces desechar esa oportunidad
que se consideró mejor en otros lugares, cuando se trata del caso de América
Latina? Entendemos que eso no solo
redundaría en beneficio de América Latina, sino que redundaría, además, en
beneficio de Estados Unidos.
En
nuestros planteamientos con periodistas, con la opinión pública de Estados
Unidos, con personas interesadas y estudiosas de estas cuestiones
internacionales, encontré que había una verdadera disposición para aceptar esta
tesis, puesto que, sin género de duda, no hay ninguna otra que la pueda
sustituir si de veras se quieren resolver los problemas. En la opinión pública
de Estados Unidos, si nosotros argumentamos correctamente y sin temor —porque
nadie debe albergar temor de hablar una verdad que a su entender es de
conveniencia no para uno, sino para todos—, la opinión pública y el gobierno de
Estados Unidos se persuadirán de estas verdades aquí planteadas.
No
hace muchos días fue publicada la noticia de que tres senadores norteamericanos
habían dado algunos pasos en ese sentido.
Lo importante es que cuando todos lleguemos al convencimiento de que
esas son las verdaderas soluciones, se apliquen en la cuantía necesaria para de
veras resolver el problema, resolverlo cabalmente, no a medias, y establecer
una verdadera base duradera a la aspiración democrática de este hemisferio.
Considero
que he cumplido sencillamente con mi deber al expresar en el seno de esta
comisión estas ideas.
Muchas
gracias (Aplausos).
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